Si algunos de entre los miles que pasaron por la acera de la Casa de Rui
Barbosa en la semana del 15 al 19 de septiembre por un instante
hubiesen tenido el impulso de entrar, tal vez se habrían llevado un
susto. O incluso, hasta hubiesen caído en la desesperación. Durante
cinco días, se debatió allí, en el barrio de Botafogo, en Río de
Janeiro, algo que, a pesar de las señales cada vez más evidentes,
todavía parece lejos de las preocupaciones de la mayoría: la progresiva y
cada vez más rápida degradación de la vida a partir del cambio
climático. Pensadores de diversas áreas y diferentes regiones del mundo
discutieron el concepto de Antropoceno: el momento en el que el hombre
deja de ser agente biológico para volverse una fuerza geológica, capaz
de alterar el paisaje del planeta y de comprometer su propia
supervivencia como especie y la de los demás seres vivos. O, dicho de
otro modo, el momento del cambio en el que los humanos dejan de temer
solo la catástrofe, para convertirse en catástrofe.
Nosotros creemos que nunca se va a
acabar el mundo. Porque el calendario Maya lo dijo, no signifíca que
pase eso.